Al inaugurarse en 1964, como parte del programa de institucionalización de la cultura que caracterizó al gobierno de Adolfo López Mateos, el Museo de Arte Moderno adquirió la calidad de emblema oficial de la modernización del país. Por aquellos años, se abrieron también el Museo Nacional de Antropología, el Museo Anahuacalli, la Pinacoteca Virreinal (edificio que aloja ahora al Laboratorio de Arte Alameda), el Museo de Historia Natural y el Museo de la Ciudad de México. Pese a que, en un principio, las salas del MAM adoptaron un amplio perfil historicista, pronto confiaron en la renovación y, por ende, en una imagen actualizada del arte nacional que cuestionaba el discurso de la identidad nacional heredado de la Revolución, mediante la primera gran exposición dedicada a Rufino Tamayo, quien a la sazón encarnaba la revocación de los códigos del muralismo y la Escuela Mexicana, la desprejuiciada apertura a los criterios en boga a nivel mundial.
En efecto, las vanguardias que el MAM promovía se han convertido, con el paso del tiempo, en el canon (el cosmopolitismo de las décadas de 1920-30, la internacionalización de las generaciones posteriores, en especial la Ruptura), de manera que, en consonancia con las circunstancias de la cultura global y digital, su función se orienta hoy a focalizar aquellas tendencias y narrativas de los lenguajes de avanzada que impulsan la escena de las artes visuales, dentro y fuera de México, y a analizar su genealogía en relación a las tradiciones en que se insertan. El perfil inclusivo del MAM dicta en consecuencia una línea curatorial centrada en el acceso prioritario a las ramificaciones del arte moderno que sintetiza la trama de su acervo, y que atiende de manera simultánea los fenómenos estéticos más relevantes en los diversos campos de la creación actual.
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